miércoles, 18 de mayo de 2011

COLOQUIO CON LA VIDA
Yo vengo de lo alto y de lo bajo;
de una mano y de otra.
Vengo de un fragmento citado por el viento,
de una disyuntiva del camino,
de una huella de largo y lento cambio;
de renuncias, impulsos, de inquietantes
nubes, bajo el signo de un azul lejano.
No pude persuadirme ni abstraerme
de la figura de Dios,
sin caer en las costumbres de mí tiempo.
Sin jugarme mi credo en aquellas
profecías antiguas, montanistas,
como las de Priscila y Maximila.
Pues, no puede estar todo lo que vive
en una cicatriz tan mal cerrada.
 Ni cabe hallarse en prácticas rituales
ni en reveladas doctrinas,
donde la misma conciencia teológica
termina por plantearse
la adivinación del universo,
la oscura alteridad de las cosas.
Tan sólo del fondo de las aguas
salta el pez, la historia del tiempo,
la ola triunfante de la vida.
Igual que con las alas abre el ave
su mundo de acontecimientos.
Así tomé de la mano lo que había;
lo que podía ver más allá
de mis limitaciones;
o de ese género que Jung llamó
el “inconsciente colectivo”.
Algo más que un cartón
con un título y una fecha.
Y fui al alma de un coro alucinante
que de Cervantes iba hasta Voltaire,
de Stendhal a Balzac,
de Hemingway a Poe, Valéry, Oscar Wilde,
entre otras y otras pedrerías;
como los defensores del color,
del lenguaje universal;
los de la idea, el verso, la palabra.
Y, del arte que cuelga sobre el muro,
que habla, deja y pone en cada cosa,
el empedrado de los imponderables.

Manuel Martínez Acuña


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